En el anterior artículo, terminaba hablando del interés de comparar las indicaciones del pulsómetro con nuestra percepción del esfuerzo, sobre todo respiratoria. Y es que, como también decía, las pulsaciones no siempre tienen una correspondencia directa con la intensidad del ejercicio. Hay factores externos e internos que pueden alterarlas: temperatura, deshidratación, enfermedad, estrés, etc. En la medida que aprendamos a “escuchar” nuestro cuerpo, sabremos precisar más en qué zona real estamos, o lo que es lo mismo, cuánta energía estamos desarrollando.
Es más, en determinadas condiciones, como las subidas o cuando pedaleamos de pie, la intervención de más grupos musculares supone, para la misma intensidad, una mayor demanda de oxígeno, lo que repercute en más pulsaciones. Una forma de compensar esa situación es incrementando los tramos de cada una de las zonas que mencionábamos en la publicación precedente en 5 pulsaciones; de esa forma, por ejemplo, en una escalada, yo podría considerar que mi Zona 4 está en el intervalo 170-180.
Hay otros aspectos de la percepción del esfuerzo, como la tensión o el dolor muscular, aunque, en parte, depende de la cadencia de pedaleo (vueltas por minuto). A menor cadencia, más tensión y viceversa. Podemos decirlo de otra forma: para una intensidad dada, conforme disminuimos la cadencia, hacemos trabajar más a nuestros músculos, con el consiguiente desgaste, y menos a nuestro sistema cardiovascular; y, por supuesto, inversamente.
Cuando superamos durante un tiempo nuestro UA sí que se deja notar el efecto muscular, aun con una cadencia alta, ya que el ácido láctico se acumula y termina generando dolor y agarrotamiento.
No hemos de confundir el dolor o incomodidad muscular del inicio de una sesión de bicicleta, mayor si acarreamos desgaste de sesiones anteriores, con el generado por las situaciones anteriormente descritas.
La cadencia es un aspecto que considero especialmente importante en la búsqueda del rendimiento sobre la bicicleta. No hay una cadencia ideal única; cada uno, dependiendo de sus características, ha de encontrar su cadencia, aunque sí hay rangos en los que ese valor debe moverse. Así, en llano y terreno suave, la cadencia recomendable es de 85-95 vpm, y en escalada, de 80-90 vpm.
Todos los aficionados al ciclismo hemos vista a profesionales como Armstrong desarrollar cadencias mucho más altas, pero éstas se utilizaban en determinados momentos de la carrera, como las subidas a los puertos o las contrarrelojes. De la misma forma, las marcas de la hora de Induráin, Rominger, etc., se intentaban batir a cadencias por encima de las 100 vpm. Pero esos no son valores estándar o “de crucero”. Se trata de una técnica competitiva aplicable en unas condiciones y durante un tiempo determinados.
En BTT, además, hay que tener en cuenta que nuestra cadencia puede ser más irregular, marcada por las constante variaciones del recorrido, por lo que los promedios suelen estar algo por debajo de los de carretera.
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